jueves, 25 de septiembre de 2014

El lenguaje como esqueleto. O una lectura de "Al Envés de la voz", de Cristian Piné.




Como muchos lectores, algunas veces, antes de comprar un libro, a no ser que sea de alguien que ya conozco, busco en internet reseñas, comentarios, información sobre esa publicación. A menudo se tratan de libros que, a pesar de ser de poesía, -y digo esto por su menor número de lectores- no dejan indiferentes a la blogosfera.

Y justamente por esta razón, porque ancha es la blogosfera y hay buenísimos poetas y publicaciones, desde hace algunas semanas me hago una pregunta: ¿por qué extraña razón apenas hay reseñas de los libros de Cristian Piné, uno de los poetas, a mi parecer, más brillantes de los últimos tiempos? Personalmente confesaré que es una de las pocas lecturas que me abren las puertas hacia lugares más allá del lenguaje que conocemos. Sus escritos son una especie de revelación. Para el que no conozca a Cristian, ya va siendo hora. Es un poeta imprescindible en el panorama de la literatura en español que no podemos pasar por alto por más tiempo. Por eso, no tardaré en responder a la pregunta que me hice al principio del párrafo: creo que reseñar a Piné es de lo más difícil que he hecho en este blog. Antes de nada, pediré perdón al autor por los errores, o lecturas imperfectas que haya podido hacer de su texto. El problema es que la poesía de Cristian es como una enorme incógnita que hay que intentar descifrar poco a poco para conseguir entrar en el juego de significantes y significados. Y aquí va mi propuesta sin pretensiones: una posible mirada a su poesía.

Pues bien, si ya en Mecánica del Canto Cristian nos dejaba boquiabiertos poniendo patas arriba los andamiajes mismos del lenguaje, dos años después, gracias a la fantástica iniciativa “1000 Books by 1000 Poets” de 89 Plus y la LUMA Fondation llamada “Poetry will be made by all”, podemos disfrutar de un pequeño almanaque de poemas de Piné, titulados, esta vez, “Al Envés de la Voz”.


En este libro, Piné nos aúna temas esenciales de la poesía. Siete palabras dividen sus siete epígrafes en los que el autor ordena sus pensamientos en torno a la palabra misma. Sí, porque si tuviese que definir con una palabra el tema del poemario, diría: palabra.

Cualquiera que haya leído a Piné dirá: bueno, pero éste es el tema principal de la poesía de Cristian. Y tendría razón. Pero a diferencia de Mecánica del Canto (del que ya hablé aquí), su primer libro, donde el autor estaba más interesado en jugar con el funcionamiento interno del lenguaje, aquí vemos un interés mayor por la importancia del tono, y una mirada hacia la construcción misma del discurso. Enigmático, inquietante, difícil y grandiosamente perturbador, la selección de poemas de Piné desmenuza todos los pormenores del lenguaje para ofrecérselos al lector en forma de gran pregunta. Para ello, nos divide el discurso en siete partes.

La primera, (“Voz”) nos plantea una posible definición implícita de lenguaje: el lenguaje es palabra en movimiento. Es el andamiaje del mundo. (“En medio de este baile estrafalario se desploman / y es tan difícil decir en voz alta / que debajo de la tierra está el silencio”). Cristian presenta la palabra como un arma de doble filo:  puede ser  parasitaria, demagógica, devorar el templo, remplazarlo con intenciones de poder que se encuentran al envés de su apariencia primera, o por el contrario, destruir esa demagogia con pedagogía, remplazar el templo, hacerlo humano. La pregunta a lo largo de estos poemas es la siguiente: en tiempos de crisis (crisis de fe, de promesas incumplidas, crisis de grandilocuencia), donde la palabra ha sido tan denostada, ¿qué esperar de la voz?
(“Se avecina un cielo de cicuta / (…) / que nadie te encuentre / sentado en las aristas del relámpago”). –Entonces yo pienso en Mestre, cuando decía, que hay que tener cuidado con el uso la palabra, que no hay que vejarla.- Si la idea es la divinidad, o lo sacro, y es la palabra lo que más se aproxima a esta idea, ¿Cómo puede el hombre reconquistar su propia voz?

Es aquí donde Piné pone las cartas sobre la mesa, y en su epígrafe “Obstáculo” expone los impedimentos para que este fluir se desarrolle con naturalidad. No es otra que la propia mezquindad del hombre la que impide a éste elevarse hacia la palabra. Pero también hay humanidad en el hombre, y poesía superviviente. Pero el conjunto de individuos ha perdido la percepción, pues hoy la fe la identificamos con un lenguaje demasiado conocido, y con ello juegan sus versos (“Dios resucitado”, “viejas quemaduras”, “ruinas”…). El hombre enfoca mal esta falta de percepción. La fe es un esqueleto antiguo, es Historia, y hay que renovarla. El esqueleto de la fe es el lenguaje, y por ahí hay que empezar a construir un cuerpo.

En “Medida” es el número el lenguaje. Piné busca una unidad en este mundo donde la fragmentación existe en todos los campos de la vida. Utiliza el lenguaje bíblico, profético, de las Sagradas Escrituras para hablar de la unidad, pues Cristian busca aquello que aún sea indivisible, infragmentable, el Uno. Y dentro de esta búsqueda, un hallazgo: la sílaba. La sílaba es la profeta de la palabra, el matiz necesario que perfila la realidad y la da nombre. La sílaba es la memoria de la realidad.
En este epígrafe Piné habla también de la mesura del tiempo. La sociedad espera que los individuos, en medio de esta rapidez de nuestra vida actual, “crucifiquemos nuestra voz”, que la velocidad nos arrastre hasta perder la palabra, y, así, perdamos además la capacidad de nombrar una noción de nosotros mismos. Pero por esa misma razón, la palabra resiste, y es velocidad y movimiento. El mundo, tal y como lo conocemos, es incierto. Tanto dioses, como ciencia son lenguaje.

Pero hablemos de los problemas del ser: en “Generación” Cristian se pregunta cuáles son los problemas prácticos del hombre. La respuesta puede ser múltiple: desorientación, pérdida, simpleza… pero proféticamente Piné alcanza a adivinar los comportamientos de esta “generación”, y también los impulsa, con su palabra quiere despertar un genio, un carácter, una reacción inmediata, un movimiento: Cristian invita al hombre a mantener un contacto real con sus iguales, y a mantener el lenguaje como plenitud. (“El cerebro dispone demasiado cerca / los dos mundos: papel y plenitud, levedad / y filo, látigo y caricia con la mano áspera”).
Destapado el problema de la comunicación, surge la incapacidad de la identidad y la máscara. Para Cristian lo que antes era significarse por sus nombres ahora es superficialidad, oscuridad del alma, incomprensión. (“Se hace cada vez más rígida y pálida tu boca / más tarde tus brutos rasgos se harán máscara”). La resistencia del lenguaje es, para Piné, un tira y afloja contra los engranajes del poder. Jugar con el vocabulario del poder nos hace máscaras.

Es, sin embargo, en “Obra” donde Cristian utiliza los mecanismos más sacramentales, y el tono más profético. Imágenes como el diluvio universal pueden verse como un fantástico reflejo de la crisis actual. Tras el diluvio, dice Piné, hay objetos, y no le falta razón: no hay manos, dice, solamente cosas. Era la sílaba la unión de todos los pedazos del diluvio, y lo es hoy el lenguaje, el único posible portador de verdad. Porque antes de los objetos todos éramos niños mirando hacia el misterio. (“Ahora recuerdo cuando mis manos eran un cuenco…”).

Pero de todo esto, el ser humano tiene mucha culpa, y carga con ella. “Castigo” es por ello una especie de apocalipsis final, en el que el hombre se enfrenta a su mal más temido: la soledad. (“El caníbal no quiere dormir solo”). Y Piné nos pone delante de todos los miedos del hombre, sin anestesia: la soledad, la muerte de los ideales, la falta de sentido, el paso del tiempo, en un tono casi frenético, apoteósico, delirante. (“La sílaba laceraba sus axilas / espesas y ulceradas como cielos finales”, “le vendaron los ojos con una estrella fósil / para no reconocerse en la estrechez del párpado”). ¿Cuál es el castigo real entonces? La confusión del lenguaje. Es el lenguaje el que se vuelve contra el alma del hombre.

El poemario termina con “Sarcófago”, último epígrafe en el que Piné deja abiertas las posibles consecuencias del poder de la palabra. El lenguaje, para todos aquéllos que aún creemos en él, puede ser un peligro, un temblor, no, como quizás pensáramos, un arma, una herramienta de resistencia, un lugar al que pertenecer. Pero, si el lenguaje se termina, ¿Dónde van los conceptos? ¿Nos mata el lenguaje o lo matamos nosotros? El autor juega audazmente con nosotros. ¿Puede el lenguaje hacernos dudar de sí mismo?

Es el lenguaje un arma de doble filo: ¿revólver o amenaza? ¿defensa o desnudez?




p.d: Podeis encontrar el libro aquí.

2 comentarios:

  1. No conocía a Cristian Piné pero me voy de aquí deseando leerlo.
    Me encanta tu blog
    Beso y verso, siempre :-)

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    1. ¡Me alegro mucho de que te hayan dado ganas de leerlo! es genial, seguro que no te defrauda. Y muchas gracias,

      ¡Un abrazo fuerte!

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